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El amor de su vida

Por Juan T H
EPO.-Se conocieron en la escuela. Ella tenía 13 años y el 16. Fue amor a primera vista. Ella era la novia ideal: sincera, cariñosa, trabajadora, honesta y amorosa. Provenía de una buena familia que lo adoptó como a un hijo.
Él tuvo que dejar los estudios antes de concluir la secundaria y dedicarse a trabajar para ayudar a sus padres con el sustento de sus hermanos. Ella continuó en la escuela hasta terminar. Después con la ayuda de quién ya era su marido, se graduó de enfermera con honores convirtiéndose en el orgullo de todos.
Ella era una mujer de su casa mil por mil, según su marido. Tenía pocas amigas y ningún amigo que no fuera compañero de su esposo. Todos los días se levantaba temprano, hacia el desayuno, se duchaba, tomaba café, se vestía y con su bata blanca iba directo al hospital donde laboraba.
Antes, se despidió amablemente. –Hasta luego Negro- le dijo después de darle un beso en la boca.
–Hasta pronto, mi amor- respondió él con ternura.
La misma rutina amorosa todos los días. Ellos eran la envía de muchas parejas cercanas.
Así llegaron los tres hijos de la entrañable pareja.
-Mi mujer es una santa. Es lo mejor que me ha pasado en la vida: inteligente, trabajadora, más honesta que yo, incapaz de brincarme la tablita- le decía a los amigos en medio de tragos en las madrugadas.
– yo nunca dejaré a esa mujer. Es la madre de mis tres hijos, la que me satisface sexualmente. Mi familia la adora. Todos los hombres deben tener una mujer como la mía- comentaba orgulloso en voz alta en noches de parranda.
Ana tenía una vida silenciosa. Trabajaba de día en el hospital atendiendo enfermos terminales. En las noches, cansada, ayudaba a los niños con las tareas de la escuela; luego esperaba al marido que cenaba y después se marchaba a jugar dominó o billar con los amigos. Regresaba pasado de tragos con la intención de hacerle el amor. Ella, se resignaba. Solía muerta del cansancio. Pero lo complacía en la medida de sus energías.
El no siempre estaba contento, no siempre sintió satisfacción plena. La monotonía parecía llegarle a los dos. La calle era su refugio. En cada esquina un bar, en cada sector una disco, un prostíbulo, una casa de cita, un burdel. Las prostitutas estaban a su alcance. No costaban mucho. Podía costearlas aunque fuera en detrimento del mantenimiento del hogar donde tanto se aburría.
Cuando se quedaba en la casa encendía el televisor para ver las noticias o un partido de fútbol.
Ella, en cambio, no tenía ningún tipo de entrenamiento, ni de alegría. Su vida se había vuelto un infierno. De no ser por los muchachos que crecían fuertes y senos, y que reclamaban de su  amor materno, se habría largado. Pero las madres no abandonan a sus hijos. El sacrificio era un deber.
Pedro llegaba muy tarde totalmente embriagado. Le gritaba, la ofendía con palabras, la violaba y hasta amenazaba con pegarle si no atendía a sus reclamos sexuales. Al día siguiente no recordaba nada. Le pedía perdón de rodillas y le prometía con los ojos llenos de lágrimas que no sucedería de nuevo. Pero ocurría una y otra vez, cada vez más frecuente. Ana no sabía qué hacer, estaba al borde de la locura.
Fue a casa de sus padres y le explicó la situación. Ellos le dijeron que soportara, que las mujeres no dejan a sus maridos y mucho menos a sus hijos. Las amigas le dijeron lo mismo.
-Tengo miedo por mí y por mis hijos- les dijo.
-He pensado ponerle el divorcio, incluso denunciarlo en la fiscalía y ponerle una orden de alejamiento- comentó.
-No hagas eso. La Policía no te hará caso y entonces Pedro se encojonará y quien sabe lo que es capaz de hacer- le dijo la  madre a partir de su propia experiencia.
-No te preocupes, nosotros hablaremos con Pedro. El es un hombre bueno, te ama y adora a sus hijos. Nada te pasará-  le prometieron.
En efecto, hablaron con Pedro en un ambiente familiar.
-No, de ninguna manera, soy incapaz de hacerle daño a su hija. Ella es el amor de mi vida. Jamás la tocaría ni con el pétalo de una rosa. Díganle que se esté tranquila que cambiaré. Dejaré de beber y de llegar tarde en las noches. Seré un hombre nuevo. Lo prometo.  Ese romo malo me tiene loco. Amo a mi mujer. Por nada del mundo la perderé- les aseguró.
Dos días después, embriagado y celoso sin motivos, la mató y se mató.
Tres niños lloran frente a dos ataúdes ensangrentados sin entender qué pasó la noche de la tragedia.

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