No había color. La tiranía puritana que instauró en Inglaterra Oliver Cromwell no solo cortó la cabeza al rey Carlos I Estuardo. También cualquierpecaminosa diversión, desde el teatro a las tan británicas carreras de caballos, pasando por lospubso tabernas y los bailes. Cuando se reinstauró la monarquía en el hijo del decapitado, Carlos II (1630-1685), once años después, estallaron con hambre atrasada todas las pasiones. Al ancestro del flamante rey británico se le conoce como el Monarca Feliz. Además de por convertirse en un gran mecenas de las artes, por haber instaurado «una época de libertad y experimentación sexual».
Le pirraban las mujeres tanto como las pelucas. La afición por los postizos la llevó a Inglaterra de su exilio forzoso en Francia, donde se pusieron de moda por una calvicie prematura del rey galo Luis XIII (1601-1643). En cuanto éste cubrió su alopecia, se multiplicaron sus imitadores. No solo en Versalles, donde la Casa Real tuvo que contratar cuarenta y ocho artesanos para abastecer la demanda. Progresivamente, las pelucas se convirtieron en distintivo de distintas profesiones –desde abogados, jueces, escribas o profesores, hasta ayudantes de cocina y los propios peluqueros—y hasta los niños usaban peluca.
Con Carlos II, en Inglaterra, nadie que quisiese prosperar en la vida podía hacerlo sin llevar una buena peluca, según el Diario deSamuel Pepys. El Rey Feliz halló pronto el modo de combinar su frenesí por aquella moda y sus pasiones más carnales: mandó que se le confeccionase una peluca con los pelos púbicos de su legión de amantes. Los anales dan fe de que solo con las concubinas estables, sin contar las pasajeras, que compaginó con la reina consorte, Catalina de Braganza, había vellos más que suficientes para tan curioso postizo.
Sus queridas oficiales más esclarecidas están más que identificadas, pues fue tal su oficialidad que unas catorce fueron inmortalizadas por los mejores retratistas de la época. Algunas, incluso, en topless, como la actriz Nell Gwyn, pintada por Simon Verelst.
A esta artista se le atribuye una intervención decisiva en la adopción de un sistema anticonceptivo que desde entonces se llamaría «condón». La corte, por envidia o cuestiones morales, estaba escandalizada por tanta coyunda del monarca. Máxime porque su obsesión por las mujeres posibilitó que Francia, potencia enemiga, le colase más de una espía en la cama. Por ejemplo, está acreditado que una de estas agentes fue su última gran amante, la bretona Louise de Kérouaille, que le manejó al antojo del rey de Francia, hasta el punto de hacer que se convirtiera al catolicismo en su lecho de muerte, causando una gran perplejidad entre sus súbditos anglicanos.
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El otro Carlos de Inglaterra que se hizo una peluca con vello púbico de sus amantes
Reviewed by El Periodiquito Oriental
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mayo 04, 2023
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Saludos a todos