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¡Estupor de un asesinato!

César Medina.

Aún en la distancia y con el paso de los días no acaba uno de superar el estupor causado por el asesinato aleve de Juancito de los Santos, un amigo de muchos años y raro espécimen de la política por su caballerosidad y bonhomía, respetuoso y gentil, condiciones que lo situaban en carrera ascendente.
Lo más doloroso es el cuadro familiar hoy enlutecido: sus cinco hijos– tres de ellos de muy corta edad–, su esposa, sus hermanos… Y ni decir de las miles de familias que recibían su ayuda generosa y siempre callada, sin aspavientos demagógicos como se estila en la política de estos tiempos.
La gente común probablemente ignore que esa generosidad de Juancito fue siempre parte de su vida y que se acentuó con su progreso económico y social, que la llevó al partidismo político– no a la inversa–, y que ya en la actividad partidaria se empeñó en que ese asistencialismo social se manejara con discreción.
Como también se desconoce que bajo su protección y ayuda económica estudiaron cientos de muchachos pobres de los barrios periféricos– algunos de los cuales son hoy profesionales–, sin reclamarles jamás nada a cambio, ni siquiera el voto en época de elecciones… porque lo hizo al margen del partidismo, para lo cual creó una fundación …

… El caso invertido
Hay un viejo axioma: “El que llega pobre a la política, sale rico; el que llega rico, sale pobre”.

Vale decirlo hoy, porque ya está muerto: cuando Juancito decidió participar en la política como miembro del PLD, en 1996, con sólo 26 años, era ya un empresario próspero, con más de cien bancas de apuestas y dominaba un negocio que entonces empezaba a desarrollarse en el país.
En el año 2002, cuando fue candidato a diputado, sumó esfuerzos a un partido en la oposición, no llegó para medrar en el poder como hace la mayoría de los hombres de negocios que entran por primera vez a la política. Ganó el escaño legislativo y siguió normalmente en sus actividades privadas.
Cuatro años después, el hoy Presidente Danilo Medina la ofreció la candidatura a síndico–así se denominaban entonces las alcaldías–, y él la aceptó a regañadientes porque entendía que eso afectaría sus negocios, como en efecto ocurrió.
Al momento de su asesinato, Juancito era menos rico que cuando llegó a la política porque tuvo que descuidar los negocios, y eso lo demuestra el inventario de sus bienes.

Un ascenso meteórico…
Su gran popularidad en sectores tan carenciados como los barrios periféricos de Santo Domingo Este, le granjeó a Juancito un ascenso meteórico en la política. Pudo hacerlo por su cercanía y caballerosidad, y porque sacó siempre espacio para escuchar a los más humildes.

Esa condición le permitió reelegirse con facilidad en la alcaldía en el año 2010 y se encaminaba a otro triunfo sin mayores contratiempos en los comicios del próximo mayo.
En el PLD había ascendido al Comité Político, y proyectaba un futuro promisorio en una actividad a la que llegó de forma fortuita y casual.
Su muerte abre una seria interrogante en el PLD: ¿Quién será ahora el candidato a la alcaldía en esa zona populosa de Santo Domingo Oriental? Pudo haber sido Manuel Jiménez, pero a Manuel Jiménez le pasó como a Chacumbele: ¡él mismito se mató!
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