Términos y Condiciones: ¿Los lees? Sabemos que no
Uno de los folletos de la exposición The Glass Room Experience presente en el congreso Sonar+D y la feria Maker Faire dice lo siguiente: “¿A quién le importa si me gusta la bachata y me apasionan secretamente las maquetas de trenes?”. Se trata de una reflexión sobre los efectos del hecho de que los gigantes de internet como Google y Facebook acumulen grandes cantidades de datos sobre nosotros para adquirir “poderes especiales” y ofrecernos servicios a medida.
Quizá la afición a la bachata y a los trenes sea irrelevante pero, “con el paso del tiempo, de todos estos conjuntos de información emergen patrones digitales sobre nuestra intimidad: hábitos, movimientos, relaciones”. Es la advertencia del texto introductorio del Kit de desintoxicación de datos en 8 días, el regalo de la exposición. Según la organización, el tiempo de lectura de los términos y condiciones es de 8 horas y 59 minutos. “Totalmente disfuncional y muy difícil de corregir”, apunta Alexander.
“Es común”, asegura Alistair Alexander, director del proyecto promovido por la ONG Tactical Technology Collective y Mozilla; sobre el hecho de que en la mayoría de casos los internautas no leen los términos y condiciones de los sitios donde se registran.
Más expuestos que nunca
“Hace 20 años en Estados Unidos cada persona pasaba siete horas delante del televisor, ahora las pasa conectado a Internet”, explica Alexander. Según él, la sociedad “se está dando cada vez más cuenta de las implicaciones” de que las grandes compañías manejen tanta información personal.
“Pueden manipular tus decisiones”, advierte. En ella, varias tabletas avisan al visitante de que, al instalar una app muchas veces le damos acceso a la cámara y al micrófono sin darnos cuenta. Preguntado por la puesta en marcha del nuevo Reglamento General de Protección de Datos en Europa, Alexander opina que “es un gran paso en la buena dirección”. “Las compañías que poseen datos han tenido que contactar con la gente para reconocerlo”, reflexiona.
Buscarse a uno mismo en Google, eliminar el historial de actividad de la plataforma y desetiquetar amigos de Facebook son algunas de las medidas del plan de desintoxicación digital que brinda la exposición al visitante. “Ninguna desintoxicación de smartphone sería completa sin abordar los datos de ubicación: una toxina que crea tu celular todo el tiempo”, es otro de los consejos. Los móviles con 80 o más aplicaciones instalados presentan, según la guía, una “muy alta exposición”, los más contaminados.
Incremento masivo de los iOT
The Glass Room Experience prevé que en 2030 cada persona tenga 14 aparatos conectados a Internet. “¿Serán nuestras vidas más eficientes, saludables y seguras?”, lanza al aire uno de los textos del proyecto; que recurre a la pregunta retórica en un envite a la reflexión. “¿Necesitamos una tostadora inteligente?”, cuestiona Alexander, que se responde a sí mismo: “No lo sé”. Sin embargo, avisa de que “hoy en día las placas electrónicas que llevan incorporado un micrófono son más baratas de las que no lo llevan”. Vaticina así, en algunos casos de forma no intencionada, un crecimiento de los aparatos conectados al llamado Internet of Things (iOT).
Un carrito para bebés que sigue a la madre o al padre es uno de los aparatos reales que se mencionan en The Glass Room Expeience. Se llama Smart Be. Otro invento susceptible a generar debate incluido en la muestra es el servicio de la empresa americana Nectome; que guarda los cerebros de sus clientes embalsamados durante años, hasta que la ciencia haga posible leer sus datos. Recuerda a la película Abre los ojos. Otro servicio, que consiste en analizar el cerebro e informatizarlo; en este caso el sujeto tiene que estar vivo, hace realidad uno de los capítulos de la serie Black Mirror.
¿Qué dice la letra pequeña?
Lo que no hace casi nadie, no obstante, lo intentó hacer a conciencia un periodista de The Guardian que se leyó 146.000 palabras de documentos legales. Lo hizo para revisar los términos y condiciones de 33 servicios distintos de internet. Ocho horas después, llegó a varias conclusiones.
Entre ellas, que en Apple hacían uso de algunos términos y condiciones, marcas y productos obsoletos (o que prohíbe usar iTunes para crear misiles y armas nucleares); que en Google las licencias son sorprendentemente legibles y coheerentes; o cosas más generales, como que el uso de las mayúsculas es exagerado e inútil. Lo que sí que pudo constatar en ese proceso es que la mayoría de esas licencias de uso convierten al usuario no en propietario de lo que usa; sino en alguien que tiene licencia para usar el servicio o el producto. Si alguien viola esos términos y condiciones, queda expuesto efectivamente a las condiciones que se especifican en ello.
En esencia todas las empresas se reservan ciertos derechos si quieres utilizar sus servicios. Y lo hacen además sin que el usuario tenga capacidad de negociación. Como explicaba el citado artículo de The Guardian, “descubres lo lamentablemente pequeños que son tus derechos; en comparación con los que incluso una empresa de tamaño medio se reservará cuando uses su producto. Pero el problema no solo es el de la opacidad, sino el de quién tiene el poder en la relación. Sin poder para negociar, esta acaba siendo la lectura más deprimente”.
El consumidor desprotegido
“Esta es la historia de un hombre que un día estaba tan ocupado, o era quizá tan perezoso, que hizo clic en ‘Acepto'”. La cuenta la artista Florence Meunier en su libro ‘El hombre que aceptó’. Pero nos ha pasado a todos alguna vez.
Justo antes de comenzar a utilizar cualquier servicio de internet, aparece ante nosotros esa terrorífica pantalla repleta de líneas y líneas; casi siempre en inglés, con un no menos terrorífico encabezado: “Términos y Condiciones”. En su presencia, la mayoría mentimos y aseguramos que sí. Que hemos leído toda esa información y que estamos de acuerdo con ella.
En realidad Meunier no ha sacado el relato de la nada, sino que ha utilizado como base, precisamente, uno de esos documentos jurídicos: los términos y condiciones de Apple para iCloud. Eliminando las palabras sobrantes, ha extraído la historia de entre las líneas del texto original. “Lo que este hombre no previó es que nunca más podría rechazarlos”, prosigue.
“El objetivo de mi proyecto es hacer el contrato más accesible para los usuarios”; explica a HojaDeRouter.com la joven investigadora de la Universidad de las Artes de Londres. Con esto no quiere decir que lo explique en detalle, sino que trata de alertar sobre la importancia de estos documentos. “El aspecto más interesante de los términos y condiciones de iCloud es que, como se trata de un ‘software’, la protección del consumidor es más abstracta e intangible”, añade.
Inmunes a los términos y condiciones
Aceptar las condiciones de un sinfín de servicios; desde las que indican las operadoras para conectarnos a internet hasta el apartado de banca ‘online’ de cualquier entidad; se ha convertido en el pan nuestro de cada día. Por eso, como dice Meunier, ya no les prestamos atención y los subestimamos”. Y advierte: “Los términos y condiciones son una herramienta de las compañías para limitar garantías y no asumir responsabilidades”.
El equipo de Terms of Service, Didn’t Read (abreviado como ToS;DR) tiene las cosas aún más claras. “‘He leído y acepto los términos’ es la mayor mentira de la web”. Reza el subtítulo en la carta de presentación de su página. “Nadie que usa internet los ha leído nunca”, asegura Hugo Roy, líder del proyecto que arrancó en 2012. Ellos tratan de aportar soluciones para que la situación cambie y los internautas puedan decidir más conscientemente.
La lectura interminable
Según un estudio de la Universidad Carnegie Mellon, tardaríamos 76 días en leer los términos y condiciones de los servicios que utilizamos a lo largo de un año. Una conclusión que quizá sirvió para que un grupo de investigadores del mismo centro desarrollase PrivacyGrade. Un proyecto para catalogar las aplicaciones gratuitas para Android según su protección de la privacidad. El método de clasificación es similar al que siguen los de ToS;DR. Aunque en este caso se basan en las expectativas de los usuarios.
“Algunas ‘apps’ tienen comportamientos sorprendentes”, asegura Jason Hong, líder de la iniciativa. Muchos juegos y aplicaciones; ( algunas que aparentan ser una simple linterna, por ejemplo); registran tu localización sin que aparentemente tenga justificación alguna. “La diferencia entre Facebook y una aplicación linterna es que, mientras la gente espera que la red social obtenga sus datos; no ocurre lo mismo con la segunda”, dice Hong. Y por eso han diseñado un modelo de privacidad que mide la diferencia entre las previsiones de los usuarios (que recogen mediante ‘crowsourcing’) y la realidad.
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